![]() La carta de Lacan a los italianos llegó a manos de sus primeros destinatarios en abril de 1974. (1) Proponía una condición particular para crear un lazo de trabajo entre aquéllos que eran entonces sus tres adeptos y para dar vida a un contexto donde fuese posible la formación de los analistas en Italia sobre las bases de la experiencia que él había inaugurado. La historia es conocida: no se hizo caso a la carta, sus tres destinatarios continuaron con los grupos que ya se habían reunido alrededor de ellos, Lacan abandonó la empresa, y el movimiento lacaniano en Italia tomó direcciones diversas y a veces contrarias a la que su empuje originario habría requerido. Hoy, la distancia histórica de aquellos años nos permite reconocer algunas de las razones de fondo de aquel fracaso. La propuesta de Lacan consistía en poner el pase como condición para la admisión al conjunto que habría debido reunirse a partir del núcleo de tres. Tal conjunto nunca se formó, porque existían ya distintos grupos, ligados a sus líderes por distintas banderas y con distintos uniformes, y el modo de reclutamiento de los analistas a través del pase es incompatible con la lógica del loteo originada por la existencia misma de los grupos. Una escuela fundada en el pase es la antítesis de una escuela fundada sobre grupos y corrientes, y es más bien la premesa de lo que está en la AMP como Escuela-Una.
Hay razones teóricas de fondo para esto, y en la Carta a los italianos están claramente explicitadas. Distingamos tres temas principales: éstos constituyen, me parece, los ejes de la teoría del pase presentada en este texto del ’74, que integra y modifica la propuesta formulada en el texto clásico del ’67. Se trata de: a) El tema de la confianza b) El tema de la distinción entre funcionar como analista y ser analista. c) El tema de una marca del desecho como seña del ser del analista. Consideremos ante todo como se presenta cada uno de estos ejes en oposición a la lógica de los grupos. a) La exigencia de la confianza es contraria a esta lógica porque los grupos son formaciones que ponen en primer plano intereses contradictorios entre sí. Éstos implican estrategias en las relaciones recíprocas, y la estrategia se funda sobre cualquier cosa menos sobre la confianza. b) La puesta en cuestión de algo como un ser del analista indica una dimensión completamente distinta de la que califica al analista ya sea a través del ejercicio de su función o a través de la pertenencia a un grupo. c) La marca del desecho radicaliza la inversión de la lógica de la pertenencia connatural a los grupos. Desarrollemos ahora las implicaciones relativas a cada tema. a) La exigencia de la confianza se plantea a partir del hecho mismo de designar el pase como ingreso y como modalidad de selección de los analistas. La entrada a través del pase pone en juego, en efecto, un criterio particularmente severo. En el ’64, en el momento de la creación de la Ecole freudienne, Lacan había decidido admitir a los así llamados “trabajadores decididos”, personas que habían dado pruebas de sí mismas a través de sus obras: los textos, el empeño, la adhesión a la causa, la promoción de la misma y los servicios a ella prestados. Se trataba de un criterio externo de selección: podían entrar a la Escuela en formación quienes habían demostrado en aquel modo que eran trabajadores decididos. En el ’67, la primera propuesta de pase presenta en cambio un criterio de selección interno: entre todos aquellos que ya forman parte de la Escuela, se trata de cernir un número más restringido de analistas que puedan dar testimonio del saber analítico y de los cuales se supone que tienen una relación particular con la causa. En el ’74, lo que era un criterio de selección interno se vuelve externo, ya que la propuesta de la Carta pone el pase como filtro para la constitución del conjunto. Se trata de permitir la entrada sólo a aquéllos analistas en los cuales es posible reconocer una relación particular con la causa. Esta forma de hiperselección tiene la función de contrabalancear el principio según el cual el analista se autoriza de sí mismo. Lacan lo había lanzado para usarlo como arma contra la burocracia de la IPA. Pero era un arma de la cual no había que abusar, y que habría podido volverse contraria al mismo psicoanálisis si hubiera prevalecido una interpretación simplista de la misma. Ya se estaba difundiendo una lectura de ese principio según la cual cualquiera podía creerse autorizado a trabajar como analista, hubiese o no hecho un análisis. En efecto Lacan, reafirmando tal principio, precisa claramente que si el analista se autoriza sólo de sí mismo, sólo un analista puede autorizarse, y no cualquiera. La lógica del principio no es: me autorizo, por lo tanto soy un analista; sino: soy un analista, por lo tanto me autorizo. Se acentúa así la exigencia del análisis, conducida hasta sus implicaciones más profundas. Para ser analistas es necesario haber sentido el zarpazo del inconciente y haber quedado marcados. Y aún, agrega Lacan, no es suficiente haber sentido tal zarpazo, es necesario haberse dejado entusiasmar, porque en caso contrario, aunque haya habido análisis, no se dió la posibilidad de que hubiera analista. En otras palabras: el análisis es una condición necesaria pero no suficiente. Si el principio de autorizarse de sí mismo va contra la rutina institucional de las sociedades analíticas, las restricción que aquí se impone trata de contrarrestar el riesgo de que el análisis mismo pueda volverse una cosa de rutina. Creo que debemos interpretar la idea de que análisis es necesario pero no suficiente como un empuje al ser: no alcanza que un análisis ofrezca una panorámica intelectual sobre el inconciente, es necesario haber sentido ese zarpazo y haber adquirido la convicción del inconciente a través de una experiencia hecha en carne propia. El acento, en la selección de los analistas, se desplaza del criterio del trabajador decidido al del entusiasmo nacido de una experiencia conducida hasta su límite extremo. De aquí nace un nuevo modo de reclutamiento de los analistas en base a la creencia en el inconciente. La confianza, entonces, no es solamente confianza recíproca, que de todos modos es necesaria dado el tipo de intimidad que una experiencia como la del pase alcanza en el sujeto. No es ni siquiera solamente confianza en Lacan o en sentido más general en el dispositivo analítico en cuanto tal. La confianza es creer en el inconciente por haber tocado lo real y haber quedado marcados. Esto hace del analista algo distinto del técnico o del profesional, lo vuelve un sujeto marcado en modo indeleble. b) La distinción entre función del analista y ser del analista es correlativa a un descompletamiento. Hay muchos analistas que ejercen el psicoanálisis y tal cosa, dice Lacan, denota suficientes probabilidades de que en efecto el analista exista. Pero por más grandes que sean las probabilidades para cada uno, de todos modos son insuficientes para todos. En estas observaciones, que sustraen el ser del analista a lo universal, debemos ver el modo en que el psicoanálisis se articula con el discurso científico. En la Carta, la relación con la ciencia es invocada claramente con la referencia a un saber en lo real. El científico coloca un saber en lo real, y es algo que debemos tener en cuenta, porque se trata también aquí de una condición necesaria, pero no suficiente, del psicoanálisis. La ciencia tiene por vocación lo universal, es decir lo que vale para todos. Si en el ámbito de una investigación se descubre un fenómeno que no obedece a las leyes científicas, tales leyes deben ser corregidas o ampliadas. Pero tal cosa es posible porque en la ciencia la lógica, alineada a lo universal, y la ética, centrada en lo particular, están rigurosamente separadas. No es el caso del psicoanálisis, que introduce más bien una lógica donde no todo vale para todos. Como precisa Eric Laurent en un lúcido comentario sobre este pasaje, la objeción del psicoanálisis en relación al modo de condicionamiento universal introducido por la ciencia consiste en la producción de un nuevo sujeto. Se trata de un sujeto que se deduce de la ciencia, pero que tiene en cuenta la praxis de la teoría, expresión que Lacan utiliza para definir la ética. El sujeto de la ciencia, el cogito, encuentra en el psicoanálisis el complemento de un sujeto ético que constituye un punto de caída respecto al imperio del “para todos”, porque pone en juego la peculiaridad del goce de cada uno. c) Consideremos ahora la marca, que es el punto crucial del texto. Es aquéllo que es necesario hallar para que sea posible reconocer el ser del analista. Definir al analista a través de su función en el fondo es relativamente simple: realiza una operación, se producen resultados. Ya sean positivos o negativos, de todos modos son la señal de un funcionamiento en acto. No se trata tanto de juzgar tales resultados, sino de constatar que existen, que algo sucede. Pero debemos preguntarnos qué es lo que califica al analista. Lacan responde a esta pregunta en modo lapidario: es analista sólo aquel que tiene el deseo de serlo. Pero la consecuencia, para aquél que tiene ese deseo, es que se vuelve un desecho de la humanidad. Esta afirmación mantiene, aún hoy, la radicalidad de su violencia y toda la fuerza de su provocación: plantear un deseo que lleva a separarse de la humanidad una vez que uno se abandona a él no es seguramente algo pensado para alentar a los candidatos al análisis. Para entender esta idea debemos considerar la articulación del pensamiento en la cual está incluida. La humanidad està planteada aquí como el lugar de una universalidad: para ella vige el régimen del “para todos”. Qué para todos? La felicidad. La humanidad está en un baño de felicidad: “L’humanité si situe du bon heur (c’est où elle baigne: pour elle n’y a que bon heur)”. La felicidad, como observa Miller, en este texto corresponde al principio del placer, que como se sabe es una prolongación del principio de realidad. Es entonces lo que tiende a evitar el más allá del principio del placer, en el cual hemos aprendido a reconocer el goce. El principio de la felicidad en otras palabras es el principio del velo, es el hecho de ocultarse aquéllo de lo que se trata, de non querer saber nada. La humanidad no tiene ningún deseo de saber, al contrario, tiene horror de saber justamente porque quiere la felicidad, quiere soñar y estar tranquila. Se comprende ahora por qué el analista debe ser el desecho de la humanidad: porque molesta su sueño, porque es aquél que en cambio está dominado por el deseo de saber, un deseo que lo ha llevado a a afrontar su propio horror de saber para descubrir su causa, la suya propia, la suya particular, distinta de la de todos los demás. Qué dice Lacan con esto? Dice también que el analista es un hombre, y comparte el horror de saber y la inclinación a la felicidad soñadora con el resto de la humanidad. A diferencia de todos, sin embargo, violando el régimen del “para todos”, está habitado por un deseo de saber que lo conduce a la singularidad de su propia causa. Pero una vez llegado allí, una vez quebrada la universalidad de la felicidad soñadora, no puede ser otra cosa que el desecho de la humanidad. No ha visto el sol, la idea del bien, como el esclavo de la caverna de Platón; ha visto más bien el más allá de la felicidad, su rostro impresentable. Una vez que haya retornado entre los hombres, no se reirán de él ni lo matarán como al esclavo de Platón, pero será un desecho, y llevará la marca de este desecho. He aquí lo que debe reconocer la experiencia del pase: la marca de este desecho que seña el ser del analista, la marca de un deseo de saber donde culmina la aventura freudiana que partió del amor a la verdad. Si ahora evaluamos el objeto de tal deseo de saber, que caracteriza al sujeto marcado por el análisis, podremos también medir el tipo de extensión que el psicoanálisis impone respecto al estatuto de la ciencia. En el discurso científico, en efecto, el saber tiene un carácter positivo y referencial, es un saber acerca de un determinado objeto: la physis para la física, el bios para la biología, la hyle para la química. Un objeto funda el saber, se trata de un saber sobre un objeto dado, un positum. El saber en juego en psicoanálisis no se refiere a un positum, no es el saber sobre el objeto causa del deseo, porque ese objeto no está dado, no es un positum. Lo que se trata de saber en psicoanálisis no concierne algo que hay, sino algo que no hay, y si el psicoanálisis ha enseñado algo, según Lacan, ha enseñado que no hay relación sexual. Es una cuestión de escritura, naturalmente: no hay relación sexual que pueda constituir el referente de leyes universales sobre el modelo de las de la ciencia, y es así pese al loable esfuerzo de Masters & Johnson y de la sexología. La consecuencia es que, a título de verdad, la relación sexual no se puede ni afirmar ni refutar: es indecible, contingente, tiene carácter de evento. A partir de esto cada analista, para que se lo pueda llamar así, debe poder mostrar, en el pase, cómo él, en el modo que le es propio, ha sido tocado por este saber. Queremos que el psicoanálisis, como la ciencia, sea capaz, a través del saber, de cambiar algo de lo real. En particular queremos, como afirma Miller, que “el saber sobre la imposibilidad de la relación sexual nos permita hacer más digno el amor, que nos permita de cambiar algo en las relaciones efectivas entre los sexos”. El analista, a fin de que se lo pueda evaluar a través del ser y no a través de la función, debe a su vez llevar el sello de tal cambio, y de ese cambio debe resultar una marca que sus congénères (3) tendrán que encontrar gracias al procedimiento del pase. NOTAS: (1) El texto de Lacan del ’74 está publicado en Ornicar? N° 25, otoño de 1982, y en Autres écrits, Seuil, Paris 2001. El comentario a este texto se encuentra en el debate que se desarrolló en el seminario de Miller La cuestión de Madrid, principalmente en las lecciones de noviembre y diciembre. (2) N. del T.: en francés en el original. Marco Focchi Traduzione di Maria Teresa Rodriguez
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